martes, 18 de marzo de 2014

Byzantium (2013). Neil Jordan



Las incursiones en el fantástico por parte del realizador irlandés Neil Jordan a lo largo de su carrera, algo más de tres décadas, no han sido abundantes que digamos, podríamos destacar un par: En compañía de lobos (1984) y Entrevista con el vampiro (Crónicas vampíricas) (1994).
Justo veinte años después de la cinta protagonizada por Tom Cruise y Brad Pitt, entre otros, vuelve a sumergirse en un género que tan buenas críticas le ha ido otorgando cada vez que lo ha transitado y apostando, nuevamente, por una materia ya tratada y conocida: el vampirismo.
Navegando por aguas pasadas, pero amarrando la cinta en el presente, Jordan, de la mano de una desorientada Saoirse Ronan y una osada —y voluptuosa— Gemma Arterton en funciones de madre descarriada e iniciadora de la eterna condenación (empujada por la fatalidad de la vida a la perversión de la carne y a las prácticas más extremas del ser humano), recupera una temática, la de los chupa-sangre, de cierta alza en estos tiempos para ofrecer al espectador una historia que deambula entre la crueldad, el romanticismo, la sensualidad y el terror.

Desplazándose espléndidamente entre tiempos intempestivos y una actualidad seccionada por terribles desenlaces, seremos testigos de como madre e hija, después de 200 años de existencia/supervivencia, no logran adaptarse a la sociedad hasta clavar sus entrañas en un antiguo motel, que a su vez dará nombre a la película. Es a partir de aquí donde la cinta, visualmente apabullante y de belleza peculiar, se precipitará hacia atrás para ir revelando la odisea de ambas féminas.
De momentos espirituales la mar de trascendentales, como las notas que toca al piano una Ronan infeliz y rodeada de ancianos, hasta actos completamente opuestos, la mar de feroces y sexualmente alarmantes a cargo de una frenética y violenta Arterton, ¡inmensa de principio a fin!, Jordan logrará mantener en modo taquicardia al espectador durante los 120 minutos de metraje, acelerando y frenando a su antojo; convirtiendo a los personajes en frágiles piezas de un sanguinario puzzle; enseñando las armas del óbito y su reencarnación en la faz de la Tierra; y exhibiendo lamentos, suspiros y lágrimas hasta decir basta. Amalgama que no cesará, si no que irá in crescendo, con la entrada en pantalla de un Caleb Landry enfermo, destruido, también infeliz, que acabará de otorgar al conjunto un panorama desolador, gélido y trascendental.
Bajo un acompañamiento musical confeccionado por el compositor Javier Navarrete, que arranca emocionalmente todo tipo de desórdenes, el irlandés no parará de esculpir cada fotograma hasta convertir Byzantium en una obra maestra de nuestro tiempo.

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